EL
LIBRO DE LOS PERFUMES
DR. DANIEL ENRIQUE RODRÍGUEZ COLLADO
(QUÍMICO-FARMACÉUTICO, M.A.)
Capítulo I
NOTAS SOBRE
PERFUMES
La palabra perfume
proviene del latín per
fumare
cuyo significado es producir humo. Durante la Edad de Piedra los
hombres para conquistar a sus parejas, quemaban maderas aromáticas
con lo que se producía un atractivo olor que invitaba a la conquista
y el encuentro. La importancia del perfume radica en el poder que
tiene sobre los sentidos. Por medio de él podemos sentir rechazo o
atracción hacia una persona, cambiar nuestro estado de ánimo y
evocar recuerdos o sentimientos.
Esto nos puede
llegar a decir que por ejemplo si alguien utiliza un perfume trata de
alguna forma expresar sentimientos, como por ejemplo amor, enojo,
tristeza etc.
Las primeras
noticias escritas que nos han llegado sobre el uso de los perfumes
las encontramos en las civilizaciones de la Mesopotamia, cuna
cultural de la civilización occidental
Entre las tablillas
de arcilla que los sumerios utilizaban para escribir y gracias a las
cuales conocemos hoy su cultura y su costumbres, se han encontrado
muchas recetas para la elaboración de ungüentos y perfumes y otras
que hacen referencia a productos utilizados en sus composiciones.
La arqueología es
otra fuente importante para el conocimiento del pasado y por tanto
una gran ayuda para conocer y estudiar la perfumería en el mundo
antiguo. Gracias a ella sabemos que la reina Schubab de Sumer que
vivió por los años 3.500 a.C. usaba cosméticos, puesto que en su
tumba se encontraron una cucharilla y un pequeño pote, trabajados
con filigrana de oro, donde se guardaba pintura para los labios.
En la literatura
sumeria, en sus relatos, himnos y epopeyas, en especial la de
Gilgamesh se encuentra muchas citas que hacen referencia a la
perfumería y a la cosmética.
Las culturas
mesopotámicas influyeron notablemente sobre todas las demás de su
tiempo y sobre las que le siguieron en el transcurso de la historia.
Entre las primeras cabe destacar la del antiguo Egipto que fomentó
una de las industrias cosméticas y perfumistas más importantes de
la antigüedad. En efecto, la vida del pueblo egipcio se desarrollaba
como una elipse alrededor de dos focos: uno de ellos eran sus
creencias religiosas que, muy arraigadas y estructuradas, daban
sentido a la vida y a la muerte, regulaban sus relaciones con las
distintas divinidades, el Faraón incluido, y tenían un protagonismo
especial en las grandes fiestas y celebraciones que marcaban la vida
privada de sus habitantes. De otra parte, como segundo foco de esta
elipse, su inclinación natural a una existencia tranquila a la
ribera del Nilo, el gran río, columna vertebral del país, fuente de
vida y de riqueza.
En los dos aspectos
citados, el religioso y el profano, destacó el uso de los cosméticos
y los perfumes. Los encargados de su elaboración eran los sacerdotes
que vivían cerca de los templos y tenían sus laboratorios
instalados en unas de sus dependencias, donde se elaboraban los
ungüentos y los aromas que utilizaban con profusión en las
ceremonias religiosas.
En un bajorrelieve
del templo de Edfú, se pueden ver escritas en jeroglíficos muchas
de las recetas que se hacían servir para la elaboración de los
perfumes. Su uso en la liturgia era imprescindible. Cada día por la
mañana un sacerdote entraba en lo más recóndito del templo y
después de postrarse delante de la estatuilla del dios que allí se
veneraba, le ungía con ungüento oloroso y le perfumaba con
incienso. La misma ceremonia se hacía con el Faraón cuando acudía
al templo o cuando participaba en las solemnes procesiones que se
celebraban periódicamente desde Karnac a Luxor y en las que el
Faraón, con lo resplandeciente por el maquillaje, presidía con
pompa y majestad, acompañado de toda la corte y de más de
doscientas doncellas que con incensarios humeantes en las manos,
perfumaban todo el recorrido.
Ningún pueblo,
hasta aquel entonces, había utilizado tantos perfumes en sus fiestas
sociales. Por cierto que debemos destacar como curiosidad, la
costumbre inédita, introducida por las mujeres de la alta sociedad
de Egipto, de ponerse debajo de las pelucas que habitualmente
llevaban, unos, llamados "conos", hechos con grasa mezclada
con perfumes, que se iba fundiendo con el calor corporal y del
ambiente, al tiempo que perfumaba el cuerpo quien los llevaba. No
debió resultar un sistema demasiado práctico, porqué no se utilizó
en ninguna civilización posterior. Se ha dicho, que en su vida
cotidiana el pueblo egipcio fue el más limpio de la historia.
Acostumbrado a las
alusiones diarias al levantarse y antes de comer cualquier cosa, les
gustaba, tanto a las mujeres como a los hombres, presentarse aseado
en todo momento, lo que propiciaba no solo la higiene sino el uso de
cosméticos y de perfumes. Incluso los soldados en tiempo de guerra
llevaban colgados del cinturón un frasco de aceite perfumado para
cuidarse el pelo y la piel de la sequedad del clima.
Muchas de las
primeras materias utilizadas las obtenían de otros países en
expediciones comerciales o incursiones militares: El lugar preferido
para las primeras. El reino de Pount, en la actualidad Somalia, al
que llamaban "el reino de todos los aromas". Entre las
ceremonias religiosas cabe destacar la operación de la momificación
de los cadáveres que pretendía conservarlos para la eternidad. En
la celebración de este rito se utilizaba gran variedad y cantidad de
materias olorosas.
El primer Faraón
que organizó una expedición a Pount fue Sahuré, pero el viaje más
conocido fue en tiempos de la única mujer que ostentó el título de
Faraón; se llamaba Hashepsut y en este viaje, entre una gran
cantidad de riquezas, se trajeron cuarenta árboles de mirra que hizo
plantar en los jardines de su palacio de Deir el Bahari, donde un
gran relieve en una fachada explica gráficamente esta expedición.
Los egipcios
guardaban sus perfumes en frascos de los más diversos ricos
materiales, oro, piedras duras, vidrios de colores y otros; Pero los
más utilizados fueron de alabastro que les proporcionaba el vecino
desierto de Libia. Los más corrientes tenían formas sencillas, pero
algunas eran verdaderas obras de arte, como los que se encontraron en
la tumba de Tutankamon y que se pueden admirar en el museo del Cairo.
En tiempos del rey
Salomón, con respecto al pueblo Judío, la perfumería alcanzó su
mayor apogeo cuando la reina de Saba que procedía del "país de
los perfumes" fue a visitar a Salomón, llegó con un gran
número de camellos cargados de perfumes, oro y piedras preciosas y
añade la Biblia: "Nunca llegaron a Jerusalén perfumes con
tanta abundancia como cuando la reina de Saba los trajo para Salomón.
Siguiendo el hilo de
la historia de la perfumería llegamos a uno de sus hitos más
importantes, Grecia.
En la Grecia clásica
todo cuanto representaba belleza, estética, armonía, proporción,
equilibrio, tenía un origen divino y se personificaba en divinidades
y héroes mitológicos. No es extraño, por tanto, que supusiesen a
los ungüentos y perfumes que contribuían a enaltecer la belleza, un
origen divino.
Según la tradición
homérica fueron los dioses del Olimpo quienes enseñaron a los
hombres y a las mujeres el uso de los perfumes. En la mitología,
encontramos muchos relatos en los que diosas, ninfas y otros
personajes pasan por ser los creadores de los aromas. Y así vemos
que la rosa, que antes era blanca y sin olor, tiene su color rojo y
su aroma penetrante, desde el día en que Venus se clavó una espina
de un rosal y con su sangre la tiñó de rojo. La rosa se volvió tan
bella que Cupido, al verla, la besó y desde aquel momento tomó el
aroma que ahora tiene.
Otro día que Venus
se bañaba a la orilla de un lago, fue sorprendida por unos sátiros.
Venus, huyendo, se escondió entre unas matas de mirto que la
cubrieron y los sátiros no la encontraron. Agradecida dio a los
mirtos la fragancia intensa que ahora desprenden. Cuando Esmirna
cometió su gran pecado, como castigo fue convertida en un árbol,
pero lloró tan amargamente que las diosas aminoraron el castigo y la
convirtieron en el árbol de la mirra que llora resinas aromáticas.
Dejando aparte la
mitología, el origen y desarrollo de la perfumería en Grecia lo
encontramos en sus vecinos de Creta y en sus colonias, así como en
Siria y otros pueblos mediterráneos. Los perfumistas de estos países
instalaron sus negocios en las ciudades griegas, y, en pequeñas
tiendas o en paradas desmontables en las ágoras o en los mercados
públicos, vendían los productos que elaboraban.
Los griegos no
tardaron en aprender y muy pronto importaron esencias orientales y se
convirtieron en grandes maestros en la elaboración de ungüentos y
perfumes. Hombres y mujeres los usaban en tanta abundancia que Solón,
uno de los siete sabios de Grecia, prohibió por ley el uso de
esencias para limitar los gastos que ocasionaban sus importaciones.
Estas leyes
restrictivas duraron poco tiempo. No se podía ir en contra de la
voluntad de la mayoría y muy pronto volvió la costumbre de
perfumarse y ofrecer a los dioses, después de los sacrificios
habituales de animales, los aromas del incienso y de la mirra en los
actos litúrgicos.
Estas resinas
olorosas las importaban de Arabia y resultaban muy costosas, hasta el
punto, que cuenta Herodoto, que en cierta ocasión vio como Alejandro
Magno ofrecía en su oración gran cantidad de incienso delante un
altar, su maestro Leónidas le reprendió diciéndole: "si
quieres quemar tanto incienso espera conquistar la tierra que lo
produce". Alejandro no respondió, pero más tarde, cuando
conquistó la Arabia, envió a Leónidas un cargamento de 500
talentos de incienso y 100 de mirra.
Pero no todo el
mundo en Grecia tenía afición por los olores. A Sócrates no le
gustaban y afirmaba que los hombres no debieran usar perfumes, puesto
que una vez perfumados, hacía el mismo olor un hombre libre que un
esclavo. En cambio Diógenes que era hombre descuidado, más bien
sucio, que vivía dentro de un tonel, se perfumaba los pies y lo
justificaba diciendo: "si me perfumo mis pies, el olor llega a
mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los pájaros pueden
olerlo".
La gran aportación
de los griegos a la perfumería fue el de aplicar su arte a los
frascos de cerámica que se utilizaban como recipiente para guardar
los perfumes y que todavía hoy no han sido superados en belleza. Los
griegos que diseñaron gran cantidad de frascos de cerámica para
todos los usos, crearon siete formas de frascos para guardar perfumes
y los decoraron con motivos geométricos, o de animales fantásticos
o bien de escenas mitológicas o cotidianas de figuras negras o rojas
según el tiempo. El más clásico y extendido era el "lekytos",
un vaso esbelto y elegante y tan divulgado, que en Grecia se decía
de alguien que era pobre de solemnidad, "que no tenía ni un
lekytos".
La antigua Etruria,
que se corresponde geográficamente con la actual Toscana italiana,
desarrolló una cultura autóctona, diferenciada de sus vecinos, y
misteriosa por sus orígenes. Aun hoy en día, los historiadores no
se han puesto de acuerdo, acerca de su aparición en la historia de
los pueblos. Unos, la hacen derivar de la cultura protohistórica
vilanovense que se desarrolló en la ribera del Adriático, entre los
valles del Arno y del Tíber, y que surge en la historia de las
culturas hacia el 750 a.C.; en tanto que otros, Herodoto el primero,
los hacen originarios de Lidia de donde hubieran llegado, huyendo de
una ola de hambre en su país.
A este hecho
enigmático de su origen, se ha de añadir el de su lengua; todavía
no descifrada; la singularidad de sus creencias basadas en los
oráculos y adivinanzas; su arte original e inconfundible, de
influencias orientales, marcado, más tarde, por la impronta del
mundo helenístico; su ordenamiento social y el protagonismo de la
mujer etrusca dentro de una sociedad liberal y epicúrea.
Todos estos enigmas
trasladados a nuestro objetivo de relatar la evolución de la
historia de la perfumería, se traducen en la incógnita de saber si
fueron los lidios los que trajeron consigo el uso de los cosméticos
y los aromas, o bien, se desarrollaron dentro de una propia cultura
anterior.
La falta de fuentes
literarias nos impide el conocimiento exacto de cuáles fueron las
materias utilizadas en la elaboración de los aromas. Nos obliga a
recurrir a la ayuda de la arqueología, para ilustrarnos sobre las
primeras materias usadas y sobre los envases que hicieron servir como
contenedores de perfumes. En este último aspecto, destacan las
formas clásicas de los alabastrones egipcios, la de los "lekytos"
griegos", así como los "askos", las "píxides"o
pequeñas cajas de cerámica para guardar ungüentos o cosméticos y
los "arybalos" esféricos, o en forma de bombilla y también
los llamados de rosquilla por su forma característica.
De los numerosos
materiales con los que estaban elaborados, no nos podemos olvidar ni
de los metales preciosos ni de las piedras duras, pero una exclusiva
de la artesanía etrusca aplicada a los vasos para ungüentos
perfumados, fue la cerámica de "buchero", de color negro y
de textura muy fina, con la que lograban vasos de paredes
extremadamente delgadas y brillantes que los hacían especialmente
delicados y bellos.
Los fenicios,
cananeos de raza y semitas de lengua, se establecieron hace 7,000
años, en una débil franja de tierra entre el mar y los montes del
Líbano. Era gente hábil, inteligente y laboriosa, que se
enriquecieron con el comercio de dos productos que tenían a pié de
obra: la púrpura para teñir la tela, que extraían del murex, un
caracol de mar, y la madera de los cedros de las montañas del
Líbano. Fueron grandes navegantes y mejores comerciantes. Vivieron
en ciudades-estado, prósperas e independientes y fueron grandes
amantes de los perfumes. Con estos antecedentes y con una gran flota
de naves ligeras, de proa estilizada, eran temibles en el mar y
estaban preparados para abrir factorías en todo el mediterráneo que
con el tiempo, se convertirían en ciudades.
Compraban metales de
toda clase, nobles y útiles, y vendían madera de cedros a los
egipcios y artículos manufacturados a los habitantes de las islas
griegas hasta las costas del sur de Italia y España. No tenemos
demasiadas noticias de los productos aromáticos que usaron, pero sí
que tenemos, y muchas, de la enorme cantidad de frascos para perfumes
que manufacturaron. En todos los periplos que hicieron en todas las
factorías donde se establecieron y sobretodo en todas las ciudades
que fundaron, en particular Cartago, pero también, Chipre, Creta,
Málaga, Cádiz e Ibiza y tantas otras, encontramos los restos de su
paso o de su estancia. En relación con la perfumería, podríamos
decir que, aparte de los frascos de vidrio o de pasta vítrea, que
cambiaron o vendieron, y que encontramos en todos los museos
arqueológicos del mediterráneo, fueron los suministradores de
esencias para los habitantes de sus colonias. Sin pecar de
exagerados, nos atrevemos a decir que los fenicios se convirtieron en
los primeros distribuidores de perfumes de la cuenca mediterránea.
Cuando Tiro, la
última ciudad de los fenicios, cayó en manos de Alejandro, después
de más de 6,000 años de estancia, todos los vencidos que pudieron,
huyeron a Cartago que era ya una gran metrópolis de raíces
fenicias. Los cartagineses continuaron las costumbres de su origen y,
entre ellas, el uso de los perfumes, pero sin que se distinguieran en
abusar de ellos. Los cartagineses se convertirían en un pueblo de
conquistadores, y después de 118 años de guerras con los romanos,
Cartago acabaría en una ciudad tan romanizada como la misma Roma.
Los griegos a través
de sus colonias en el mediterráneo, propagaron el gusto por
perfumarse, desde el oriente cercano hasta las costas de Francia y
España. Precisamente de una colonia griega del sur de Italia
salieron los primeros barberos y perfumistas que se instalaron en
Roma en tiempos de la República.
Los primeros romanos
formaban un pueblo pobre, austero y frugal, dedicado a cuidar de sus
huertos y rebaños, al tiempo que se defendían de los ataques y
agresiones de sus múltiples vecinos. Más tarde su fusión con los
etruscos, sus victorias militares y su relación con los griegos del
sur, cambiaron sus hábitos y costumbres y al final de la República
y primeros siglos del Imperio en que conquistaron medio mundo, Roma
se convirtió en una ciudad rica y próspera que conoció el "boom"
de la cosmética y la perfumería, tanto a lo largo de su extensión
geográfica que la hizo llegar hasta los confines del Imperio, como
por la intensidad del consumo que se popularizó entre todas las
capas sociales. El uso de perfumes y ungüentos se convirtió en
abuso y exageración.
En Roma, además de
las personas se perfumaban, las salas de los grandes palacios, los
teatros, los vestidos, el vino, los estandartes de las legiones
cuando a la guerra o cuando volvían victoriosas de sus conquistas, y
hasta algún emperador llegó a perfumar su caballo preferido.
También se usaban innumerables perfumes en las ceremonias religiosas
como ofrendas a los dioses, en los entierros y en las fiestas
familiares, especialmente en las bodas.
Del emperador Nerón
se explica que en algunos de sus banquetes, hacía caer, desde el
techo, pétalos de flores sobre sus comensales y soltaba palomas con
las alas perfumadas, para que esparcieran por la sala sus aromas. Es
sabido que su mujer. Popea, se bañaba con leche de burra y cuando
viajaba llevaba entre su séquito una reata de cincuenta de estos
animales.
Los perfumistas de
Roma tenían instaladas sus tiendas en un barrio llamado "Vicus
unguentarium", donde vendían sus productos y en el fondo de la
tienda, en pequeños obradores preparaban los perfumes y los
ungüentos. Igual que hoy en día, más de uno, tuvo gran popularidad
por el éxito de sus aromas y su nombre era reconocido por todos los
consumidores.
Con la desaparición
del Imperio Romano y la expansión del cristianismo que predicaba la
austeridad y la moderación en las costumbres, se produjo, en
Occidente, una gran disminución en el uso de los perfumes, cuyo uso
quedó reducido a las cortes de algunos reyes o a los palacios y
castillos de algunos nobles.
En el Renacimiento,
Venecia y Florencia fueron las capitales de los perfumes. Se
recuperaron las fórmulas de las antiguas composiciones y la
perfumería volvió a rebrotar con fuerza en Europa. Las cortes de
los Médicis y de los Duxs de Venecia eran cortes perfumadas.
Cuando Catalina de
Médicis, la gran embajadora del perfume salió hacia Francia para
casarse con el rey Enrique II, se llevó, entre su séquito, a su
perfumista privado, Renato de Florencia, que al llegar a Paris abrió
con gran éxito una tienda de perfumes, del que las malas lenguas
decían que sabía componer igual de bien los perfumes que los
venenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario