Difundido por Dr.
Daniel E. Rodriguez C.
LA FIDELIDAD IMPOSIBLE
Dr.Domingo Caratozzolo*
Sabemos por propia
experiencia que todos tenemos un sector íntimo, exclusivo e
incomunicable. Todas las personas tienen una cara pública que es
aquella exhibida, con la que se muestra y comunica con los demás;
luego un espacio reservado para conocidos, donde existe un mayor
grado de confidencialidad; a éste le seguiría otro reservado para
personas con quienes se comparte además una cierta cotidianeidad,
tales como familiares y amigos íntimos; otro sector sería aquel
comunicable a la pareja con quien se comparte la intimidad de los
cuerpos; otro más restringido aún que puede desplegarse en el marco
íntimo y secreto del confesionario o de la consulta psicológica,
para, al fin, llegar a otro lugar de la psiquis de privacidad total,
no confiable, secreto.
Si todos conocemos
que hay zonas nuestras no participables, por analogía sabemos que
las otras personas también tienen sectores privados a los cuales no
tenemos acceso. En estos espacios reservados, están depositados los
deseos de infidelidad que no tienen necesidad de estar íntimamente
ligados a la sexualidad; si bien en el hombre infidelidad y
sexualidad están estrechamente unidas, no ocurre lo mismo con la
mujer, dado que sus represiones sexuales le permiten acceder con
mayor facilidad al amor despojado del componente sexual: el amor
romántico.
Por lo enunciado,
cuando un sujeto reclama exclusividad y atribuye deseos de
infidelidad a su pareja, no está tan desacertado, pues todos los
sujetos psíquicos tienen una vida de fantasía, de ensoñación que
permite transgredir lo socialmente prohibido. Y nos estamos
refiriendo a las fantasías y ensoñaciones concientes; a éstas
debemos agregarle la atracción inconciente por los objetos
incestuosos y sus derivados, que, por su cercanía con ellos,
sucumbieron a la represión.
Pensemos una escena:
son los primeros momentos de la vida, la madre alza al bebé que
llora y lo pone al pecho. Esta imagen estática de la madre y el niño
confundidos en una unidad placentera convocan a un goce único, goce
que se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. Ese
instante, ese encuentro, da origen al deseo, y el deseo tiende al
reencuentro con ese primer objeto que ha procurado la vivencia de
satisfacción. De allí en adelante el sujeto psíquico anhela, busca
en las personas actuales del amor aquélla del pasado. Es por ello
que Freud dice que el hallazgo de un objeto de amor es propiamente un
reencuentro.
Todos los amores son
subrogrados, productos del desplazamiento, eslabones de una cadena
asociativa en la cual se va sustituyendo una persona por otra en la
búsqueda incesante y esperanzada por encontrar al fin al objeto del
deseo, "ese oscuro objeto del deseo". Búsqueda inútil,
pues las anteojeras que impone la represión no permite entrever que
lo que se busca hacia adelante, en realidad ha quedado atrás, en los
comienzos de nuestra historia. Se busca en el futuro lo que pertenece
al pasado. Por lo tanto, todo vínculo amoroso tiene un carácter de
infidelidad hacia el objeto actual, pues al que se desea es a ese
otro.
Hombres y mujeres
que emigran de una relación a otra, de una insatisfacción a otra,
sin encontrar lo que buscan, pues "no es eso lo que quieren",
muestran que vivimos para encontrar un objeto que (imposible de
encontrar) impulsa nuestra existencia. En algunas ocasiones creemos
hallar al fin ese objeto anhelado: el enamoramiento, ese estado de
locura transitoria nos conduce a una sobreestimación del otro, que
al ser un resultado del desplazamiento del primer amor, del amor a la
madre, se confunde con éste y se convierte en único e
insustituible. Pero esta fantasía en su posterior cotejo con la
realidad produce un desencanto en la medida en que el goce primero,
enteramente pleno, referencia con la cual los goces que le sucedan no
dejarán de ser comparados, nos fuerzan a admitir que, decididamente,
el objeto de amor no es lo que era.
El anhelo del
enamorado de hacer uno de dos, está representado imaginariamente
como el retorno al paraíso perdido, a la fusión con la madre, a esa
relación donde tú y yo somos lo mismo. Dar marcha atrás en el
tiempo, volver a aquella situación en que se sentía completo,
reencontrarse con la no carencia. Cuando el criterio de realidad se
impone y surge el desencanto, el sujeto puede emigrar a otras
relaciones para enfrentar la misma desilusión, o esperar que la vida
o el destino repare su carencia.
Es así que nuestra
infidelidad es estructural, corresponde a nuestra constitución
subjetiva; por ello, nunca encontraremos en el otro la satisfacción
plena. Pero también es cierto que en el transcurso de esa búsqueda
vana, en ese camino al que nos impulsa la ilusión, podemos y de
hecho encontramos amores o amoríos -mas o menos alejados del
paradigma del amor- que hacen placentera nuestra vida.
*Psicoanalista
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